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SOBRE LA NECESIDAD DEL ESTADO

En el presente texto se tratará de abrir una discusión sobre la necesidad del Estado. No se pretende caer en la caracterización de un deber-ser, ni de responder a la pregunta “¿es necesario el Estado?”, sino que más bien se usará como discurso histórico que ha hegemonizado y legitimado su violencia, que se vuelve lo que llama Bourdieu (1993), una estructura mental en donde ‹‹nada sale del Estado y que todo lo tiene controlado››, lo que trae consigo la invisibilización de otras formas de organización que coexisten y que están en constante lucha con el Estado, donde también se le fetichiza a éste como aquel quien da la estabilización y el orden, olvidando que las normas son una construcción social.

La pregunta que se plantea no es para nada nueva, lleva tiempo en discusión y esta se reformula constantemente. Existen dos autores clásicos que han servido como parteaguas para hablar sobre la necesidad de Estado, Hobbes y Rousseau. El primero, en el Leviatan (1989), comenta que el Estado es necesario puesto que la humanidad, en estado natural, llegará siempre a un estado de guerra, los hombres se enfrentan entre sí porque son por naturaleza competitivos, desconfiados y buscan la gloria, es decir, sin el Estado los hombres se comerían a sí mismos; el hombre es su propio lobo. Rousseau (2012), por su parte, plantea que el hombre es bueno en su estado natural y es la sociedad del Estado quien lo corrompe. Su necesidad radica en ceder los derechos naturales para obtener libertad civil puesto que a partir de un consenso llamado “contrato social”, los hombres renuncian de los primeros para poder proteger su propiedad. Hay dos puntos importantes aquí que se retomarán más adelante y que hay que destacar; por una parte la de los sujetos naturalmente conflictivos y la protección de la propiedad privada.

Mann (2007) en la lógica de argumentar que el estado es necesario, retoma la definición de Weber donde, el Estado es una comunidad que tiene el monopolio del uso legítimo de la fuerza. Esto incorpora dos conceptos: la centralidad y la territorialidad, la cual se gana a partir de dos poderes: el poder despótico y el poder infraestructural. Es decir, el Estado proporciona una organización centralizada en un territorio, la idea de Estado Nación, en este sentido, es aquí "la fuerza de su autonomía” (Mann, 2007: 27).

Nos dice que, “las únicas sociedades sin Estado han sido las primitivas (…). No tenemos ejemplos de sociedades sin Estado perdurables a partir de un primitivo nivel de desarrollo, y sí muchas de las sociedades con Estados absorbiendo a aquéllas o eliminándolas” (ibíd.: 57). Esta idea arranca de una idea eurocéntrica, la cual, todo lo que está fuera de la definición de lo moderno es primitivo y que por ende es necesario traer el Estado para que las sociedades pervivan; una sociedad es aquella quien tiene un Estado ya consolidado. Por otra parte, se olvida que las grandes guerras han sido entre Estado y Estado, es decir que, aunque haya Estados, los conflictos no se han acabado con su creación[1], al contrario. Esto lo resalto ya que dice: “la mayoría de las sociedades parecen haber requerido que algunas reglas, en particular las relevantes para la protección de la vida y la propiedad, sean impuestas de forma monopolística, y éste ha sido el territorio del Estado” (ibíd.: 63). No obstante, la creación del Estado Moderno en continentes latinoamericanos, por ejemplo, no se hizo para la protección de la vida y la propiedad de quien residía en aquel territorio, sino para legitimar el despojo y la violencia contra los nativos. Si “la necesidad es la madre del poder del Estado” (ídem.), cabría preguntar cuál es esta necesidad, si es de un orden, ¿a qué orden? ¿Y para quién?

La creación de Estado Nación y del surgimiento del discurso como necesario surge en el estadio de la modernidad, el cual es un proceso de encuentro con el “otro” (países colonizados), donde nace el yo conquistador, que es aquel que impone su individualidad, el práctico, activo y violento hacia el otro, donde este no lo ve como tal sino como parte de lo mismo, de él mismo. Europa comienza la modernidad y así la creación su Estado a partir de la necesidad de concentrar la riqueza que sale de la extracción de las periferias. La colonización de la vida se trata de imponer un modo de vida donde la primera relación es la de la violencia. El orden entonces es para posibilitar la economía extractivista de los grandes Estados (Dussel, 1994).

De esta manera, Tilly nos dice que el Estado es la Institucionalización del Crimen Organizado donde hay un “reforzamiento entre la creación del Estado y el capitalismo” (Tilly, 2006: 1). La idea de la protección es cuestionada. El autor menciona que “en el leguaje americano, la palabra ´protección´ tiene dos acepciones contrapuestas”: como refugio del peligro externo, el peligro de los otros Estados y como chantaje, la protección de la violencia que el Estado mismo crea (ibíd.: 3). Aquellos que defienden la postura del Estado y del Gobierno argumentan[2] que esta protección es necesaria frente a la violencia de la población local y para la violencia externa (Tilly, 2006). No obstante, la historia nos muestra que la protección no es como lo defienden los gobernantes, puesto que sus principales actividades son “la guerra, la represión, protección y adjudicación (ibíd.: 12). Por otra parte, el tamaño del gobierno ha sido proporcional a la capacidad de extracción, de expansión a partir de la guerra y, por la comercialización de la economía extraída y de sus recursos disponibles (ibíd.). La centralización del Estado conlleva la expansión de sus estructuras tanto burocráticas como mentales, regido por el discurso de su necesidad (así la idea que todo está dentro de él, nada fuera); a pesar de esto, la centralización, como su hegemonía, no está dada completamente.

Para esto retomaremos un concepto de Gramsci: hegemonía. Roseberry cuestiona una comprensión del concepto en tanto consenso ideológico, y propone verse como un proceso inacabado “problemático, disputado y político de dominación y lucha” (Roseberry, 2007: 123). Gramsci comprendía a la hegemonía como material y política, así la hegemonía se comprendía como frágil e incompleta (ibíd.).


Desafiando a aquellos teóricos que entienden la hegemonía como “consenso ideológico”, Scott enfatiza la falta de consenso en las situaciones sociales de dominación. Los dominados saben que están dominados, saben por quiénes y cómo; lejos de consentir a esa dominación, inician toda clase de formas sutiles de vivir con, hablar de, resistir, socavar y confrontar los mundos desiguales y de concentración del poder en los que viven. Corrigan y Sayer (…) abordan su crítica desde el otro polo del campo de fuerza. Desde su punto de vista, el poder del Estado descansa no tanto en el consentimiento de sus súbditos sino en las formas e instituciones reguladoras y coercitivas del Estado, las cuales definen y crean ciertas clases de sujetos e identidades, mientras niegan y excluyen otras clases de sujetos e identidades[3]. (ibíd.: 122)


En este orden de ideas, Gramsci nos dice que el Estado es la unidad histórica de la clase gobernante y que ésta se realiza a través de la institución, no obstante se hace en relación entre la sociedad política y la civil Así, las clases subalternas no están unificadas puesto que no son el Estado, su historia es un entrecruzamiento de ellos (el Estado y la sociedad civil). A pesar de que la unidad necesita control por parte de Estado, el control del Estado no está dada por las clases dominantes. Esto surge a partir de un estudio sobre el fracaso de la Burguesía de Piamonte, Italia (ibíd.).

El Estado clasifica para centralizar, por su condición hegemónica excluye y reconoce, no obstante, la contraposición de los dominados, de saber que están oprimidos, no consienten e “inician toda clase de formas sutiles de vivir con, hablar de, resistir, socavar y confrontar los mundos desiguales y de concentración del poder en los que viven” (Scott, citado en Roseberry, 2007: 122).

En el contexto latinoamericano, específicamente mexicano, Roseberry cita un ejemplo de Daniel Nugent y Ana Alonso, que trata sobre la resistencia de los “Namiquipas a la donación de un ejido, debido a que la institución del ejido conlleva un determinado conjunto de relaciones subordinadas al Estado central y niega un conjunto previo de relaciones entre los Namiquipas y el Estado federal y entre los Namiquipas y la tierra” (ibíd.: 127). Los comunitarios aceptan una clasificación, aceptan el derecho, pero lo niegan en el uso.

Si bien, el Estado y su poderío no está dado, la construcción de la sociedad está condicionada por su acción. A pesar de esto, los movimientos comunitarios lucha por la autoclasificación, como la definición de lo que es ciudadano, ya no sólo como aquel que tiene derechos civiles (Tomas Mashall, 1997), sino aquella ciudadanía construida de abajo y a la izquierda, que no es una cuestión únicamente legal que se rige por la cuestiones del Estado, sino que es una identidad respecto a una comunidad política (Kymlica, Will y Wayne Norman, 1997). Así, se puede ser excluido bajo los términos de Estado, pero no deja de ser ciudadano en tanto se tenga una responsabilidad hacia con una comunidad.

Podría decir una primera conclusión, si bien el discurso sobre la necesidad del Estado ha sido hegemónico y es parte de la estructura mental de la sociedad, históricamente no es completa, ya que han existido otras formas de organización que luchan y se construyen a partir de esta condición. Es así como recuperamos una premisa de Rousseau (2012) en tanto que plantea que el hombre es bueno en su estado natural y es la sociedad del Estado quien lo corrompe. Esta idea va más allá, vela por que los individuos se construyen con base a las relaciones sociales, que se hace en sociedad y dependiendo de los procesos, el individuo devendrá en sujeto. Es decir, si la estructura social se basa en los valores como el egoísmo, el ensimismamiento del yo, el individuo a través de los procesos de socialización se constituirá con base a estos valores. No obstante, como decíamos anteriormente, esta situación no está dada por completo, lo que da posibilidad a otras tipos de organizaciones las cuales entran en lucha contra la hegemónica.

De esta manera, la argumentación sobre el Estado se ha hecho a partir de una postura que sale de esta misma, específicamente sobre su necesidad basada en la idea hobbsiana y roussoniana donde el hombre es lobo del hombre, legitimando la violencia contra la población, reproduciendo la idea de que el sujeto no se puede autogobernar y la lógica de la propiedad privada. Asimismo, niega otras posibilidades que se han y se están dando como la construcción misma de ciudadanía desde abajo, que muestran que las normas, el orden, no son dados por el Estado, sino que son el resultado de la construcción social. Por último, puntualizar que el Estado no es una situación natural, no ha estado siempre y que históricamente se ha construido a partir del despojo, de centralizar el poder para acumular la riqueza, partir de sus principales actividades que son la de la guerra, la violencia, más que proteger la propiedad y garantizar la seguridad.



Bibliografía


Bourdieu, Pierre (1993) Espíritu de Estado. Actes de la Recherche. N° 96-9, pp.49-62.

Dussel, Enrique (1994) 1492: el encubrimiento del otro: hacia el origen del mito de la modernidad. La Paz: UMSA. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Plural Editores.

Hobbes, Thomas (1989) Leviatán: o la materia, forma y poder de un Estado eclesiástico y civil. Madrid: Alianza Editorial.

Kymlica, Will y Wayne Norman (1997). “El retorno del ciudadano una revisión de la producción reciente en teoría de la ciudadanía”, en Agora, núm. 7. Obtenido en http://capacitación.iedf.org.mx/moodle/seminario/lecturas/sesion5/retorno_ciudadano.pdf

Mann, Michel (2007) “El Poder Autónomo de Estado”. En: Acuña, Carlos (comp). Lecturas sobre el Estado y las Políticas Públicas: Retomando el debate de ayer para fortalecer el actual. Buenos Aires: Proyecto de Modernización del Estado Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación.

Marshall, Thomas (1997). Ciudadanía y Clase social. dialnet.uniroja. es/descarga/articulo/760109.pdf

Rousseau, Jacobo (2012) El Contrato social o principios de derecho político. Discurso sobre las ciencias y las artes. Discurso sobre el origen de la desigualdad. México: Porrúa.

Roseberry, William (2007) “Hegemonía y Lenguaje de la controversia”. En: Lagos, María y Pamela Calla (comp). Antropología del Estado: dominación y prácticas contestatarias en América Latina. Bolivia: Cuaderno de Futuro Nº 23.

Tilly, Charles (2006) “Guerra y Construcción de Estado como Crimen Organizado”. En: Revista Académica de Relaciones Internacionales, Núm. 5. UAM-AEDRI.


*Estudiante de Sociología, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UAEMex.


PH. A. Bustamante


[1] Si es cierto que “el hombre es el lobo del hombre”.

[2] Ad hoc con los clásicos mencionados.

[3] Cursivas no son propias de la autora, son de este texto.

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