Democracia
- Noé Epifanio Julián
- 8 dic 2016
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400 años a. C.
—Nuestra Grecia tiene una región llamada Pseúdos; sus habitantes gustan mentirse y dejarse engañar. Organizan su vida mediante una impostura; la llaman democracia (de Demos: pueblo y Krátos: fuerza o poder). Democracia es el poder ejercido contra el pueblo. Aunque aquí la consideran al revés, como “el gobierno popular”. No perciben la contradicción: el pueblo no puede gobernar. De poderlo, ¿a quién lo haría? ¿A sus gobernantes? No, éstos no pueden ser gobernados por aquellos a quienes gobiernan; sería como si, de pronto, los adultos obedecieran a los niños.
— ¡Otra vez hablando sola abuela Acracia! Si necesitas recipientes para verter el dulce rumor de tus palabras, aquí tienes mis oídos dispuestos a escucharte.
— ¡Ay, diablilla de muchacha, qué haces escondida ahí bajo la tierra!
—Es-pe-ran-do.
—Esperando ¿qué?
—Que llueva y las gotas mojen la tierra; así germinaré como una semilla, creceré como un árbol y mis frutos serán niños que, al desprenderse de mis ramas, jugarán sobre este mundo. Pero olvidemos mi experimento y compárteme esos pensamientos políticos que musitabas.
— ¡Ah! ¡Sólo recordaba a mi niña antigua!
—Y ¿por qué lo dices suspirando?
—Porque ella vivió cuando menos se podía, aquí, donde gobierna la mentira.
—Pero si el gobierno es de mentira, entonces, es el producto de un juego.
—Sí, de un juego vergonzoso, cuyos participantes no reconocen las contradicciones que sostienen su poder.
— ¿Cuáles contradicciones?
—La más evidente es la elección de unos cuantos parcos de inteligencia (pero dotados de mucha astucia) para que decidan cómo hemos de vivir.
— ¿De qué manera?
—Organizan cuadrillas para designar a un representante que, con un discurso envolvente, consiga la aprobación mayoritaria. Triunfa el que más miente. Entre sus muchas operaciones infames están las siguientes:
Primero: Imputan a la gente la condición nefanda de no saber vivir, para luego imponer un gobierno que dicte lo que se debe hacer. ¡Te imaginas, una pandilla de memos dirigiendo la vida!
Segundo: Afirman que el pueblo está sumido en la pobreza y los gobernantes vienen a salvarlo, creando puestos de trabajo. No perciben que las personas trabajan por ser pobres; al crear más puestos de trabajo no eliminan la pobreza, la hacen más evidente.
Tercero: Gestionan actos violentos y, acto seguido, quieren combatirlos incrementando elementos policiacos. Sin embargo, la policía no combate la inseguridad; la promueve. Si la inseguridad desaparece, la policía es innecesaria.
Cuarto: Producen amenazas mórbidas; las hospedan en los cuerpos de la gente y les prometen la construcción de múltiples recintos de sanación. Pero, bajo ese truco, la salud es imposible, porque si curaran de una vez por todas las enfermedades, al instante, el gobierno y sus instituciones sanitarias se revelarían inútiles.
Finalmente: Inculcan sus mentiras en los corazones de los niños para convertirlos en ciegos demócratas, eternos perpetuadores de la impostura.
— ¡Ay abuela, ahora entiendo tu descontento! ¡Con razón te llamas Acracia, la que nadie gobierna! Y ¿alguna vez te interesó redimir a tu pueblo?
—Mira niña, para liberar a otros, primero hay que liberarse una. No es fácil. Los poderosos son tan necios (una también lo es a ratos) y defienden férreamente la impostura. Yo me limito a analizar el poder y descubrir su institución; sólo trato de encontrar el plano y las llaves de nuestra prisión. Ahora dime: quien consiga esto último, ¿seguirá encarcelado?
—No lo sé mujer ácrata, pero lo dicho me invita a pensar y sentir cómo brota de mi garganta una risa loca. La democracia es una comedia bien lograda donde los tontos se hacen pasar por sabios que confunden su impostura con la verdad.
—Tienes razón animaleja traviesa y haces bien en mostrar tu alegría al discernir las mentiras del poder. Muchas veces también reí de los cultos que se tragaron el cuento democrático.
—Permíteme salir de la tierra para reír más a gusto. Además ya amenaza la tormenta; no quiero quedar preñada con mi experimento ni, peor aún, padecer los rayos que el poder envíe a frenar nuestros razonamientos.
—Tranquila niña, la gente que no se la toma muy en serio, ríe de la democracia a cada momento. Escucha esto que “ocurrió hace algún tiempo […] durante las elecciones a alcalde. Cuando los empleados del gobierno abrieron las urnas, se dieron cuenta de que la mayoría de los votos tenían el nombre de Bargut. Los empleados del gobierno no conocían aquel nombre; no estaba en la lista de ningún partido. Espantados, acudieron a la oficina de informaciones y cuál no sería su asombro al enterarse de que Bargut era el nombre de un asno, muy considerado en todo el pueblo por su sabiduría. Casi todos los habitantes habían votado por él. ¿Qué te parece el cuento? […]
”— ¡Admirable!... Y cómo terminó la historia.
”—Claro, no fue elegido. Te imaginas, un asno de cuatro patas. Lo que querían, en las alturas, era un asno de dos patas” (Cossery, 2011: 15-16).
BIBLIOGRAFÍA
Cossery, Albert (2011). Mendigos y orgullosos, Pepitas de calabaza, Logroño.
García Calvo, Agustín (1994). Contra la paz. Contra la democracia, Virus editorial, Barcelona.
