top of page

Tenancigo sin rebozos

  • F. Guzmán & É. Chávez
  • 7 dic 2016
  • 5 Min. de lectura

Cada tantas calles las casas de Tenancingo muestran un moño negro en sus puertas. Como si estuvieran de luto por la tradición que hace cuarenta años le daba renombre a este pueblo: la creación de los rebozos.

A pesar de que en el centro se encuentran bastantes comercios revestidos de todos los tipos de esta prenda, y que los comerciantes saben lo que los turistas buscan, es difícil dar con los productores mismos de esta vestimenta de más de 400 años.

Debido al interminable trabajo que requiere la producción de los rebozos (todos los días de la semana, desde el amanecer hasta el anochecer), la mayoría de los artesanos han acondicionado sus casas como talleres y como tiendas para comercializar sus productos. No es como que muchas personas pasen por ahí para siquiera preguntar.

El señor Maximiliano Velázquez, por ejemplo, se encuentra sentado en el rincón más oscuro (y seguramente más fresco) de su sala/local cuando alguien se acerca por curiosidad a ver su trabajo. En la parte frontal del mostrador cuelga todavía un cartel de lo que fue la primera Feria del Rebozo en Tenancingo, donde participó con sus productos, pero que ahora ya se ve decolorado por el sol que pega; mientras que los vitrales empolvados y sostenidos con metales despintados se ven completamente llenos de rebozos en los que es especialista, de diferentes colores.

El señor Velázquez no se ve entusiasmado al hablar de su trabajo, y más bien su rostro arrugado y enmarcado con canas dice que preferiría seguir sentado.

La edad que sugiere su rostro está en el promedio de los artesanos del único centro rebocero en el Estado de México, alrededor de los 60. No hay jóvenes interesados en esta tradición, esto significa que cuando muera esta generación, no habrá quien produzca rebozos en Tenancingo.

Otra de las amenazas para esta prenda icónica de la cultura mexicana es que los comerciantes malbaratan su trabajo. Pagar 250 pesos por el trabajo de una semana que involucró al menos tres personas se considera caro en el mercado de los domingos, que es donde los turistas buscan, y en 170 pesos se llega a ofertar el rebozo tradicional de Tenancingo.

Entre los compradores y promotores de esta práctica están los mismos comerciantes, locales o foráneos, que adquieren varios lienzos por el mínimo precio con la justificación del mayoreo.

Los artesanos ya no venden por su trabajo, siquiera por la inversión de la materia prima, venden en lo que dé para comer, sobrevivir.

***

“Si no cambio, me muero” es una frase que describe al ya no artesano, sino artista del rebozo José Luis Rodríguez de forma completa y que, a su vez, él ocupa para sentenciar la situación del rebozo.

El dueño de “La casa del rebozo Rodríguez” no estaba muy seguro de querer continuar con el negocio y herencia familiar porque notaba que era un trabajo muy demandante para tan pocas retribuciones. Solía pensar “¿trabajar tanto para tantas carencias?”. Cuando finalmente decidió aceptar el telar de su padre, el primer problema al que tuvo que enfrentarse fue que su artesanía ya no se vendía. Regresaba a casa con la producción entera porque las mujeres ya no usan rebozo. Se preguntó qué era lo que tenía que hacer para que el rebozo se volviera a usar y fue a partir de la respuesta cuando su carrera comenzó a despegar.

Él es probablemente el más (y único) estudiado en la historia de esta artesanía. A partir de un curso de diseño textil que tomó en el Museo Textil de Oaxaca, comprendió que lo que hace, al final de cuentas, es un lienzo que puede diversificarse en diferentes productos.

Su primera idea a su regreso a Tenancingo fue utilizar la tela para diseñar collares. Los reboceros y su padre, de quien había heredado el hasta entonces oficio, no estaban de acuerdo con la idea, pero los collares se vendieron rápidamente. También se le ocurrió cambiar los colores que ocupaba en sus creaciones, puesto que descubrió que una de las razones por las que las mujeres ya no portan esta prenda era que no la podían combinar con otros atuendos. Igualmente, su producto se vendió rápidamente. A las innovaciones le siguieron bolsas, carteras, blusas, vestidos, incluso accesorios para el cabello.

Actualmente puede trabajar solo diez piezas de colección y sabe que habrá gente que las aparte y es capaz de vender un rebozo realizado con tintes naturales a 9 o 10 mil pesos.

Sin vanidad, Luis asegura: “he marcado una pauta en el desarrollo de todo esto porque todos mis compañeros nada más se están fijando en lo que está haciendo Luis”

Si uno pregunta en el mercado de los domingos quién vende los rebozos más caros, los artesanos o comerciantes señalarán el puesto que Luis monta puntualmente cada semana en el centro del pueblo. Llegarán los curiosos a preguntar entonces por los que les dijeron que eran los rebozos más finos, a lo que él contestará “no son los más finos, son los mejor trabajados. La diferencia es la calidad, el material o que yo sí valoro mi trabajo; los demás quieren regalar su trabajo”.

Y es que Luis puntualiza que el 80 por ciento del precio de una pieza debería ser la mano de obra y el otro 20, materia prima.

***

Tradiciones que aprisionan

José Luis considera que uno de los principales problemas con los artesanos es que no están abiertos a la innovación. La tradición se enseña de una manera tan cuadrada que les da miedo salirse de lo que aprendieron. Incluso él acepta haber hecho al pie de la letra mucho tiempo lo que su padre le enseñó. Pero repetir patrones ya no es una opción si se quiere sacar el negocio adelante.

De esta manera, José Luis resume su idea: los artesanos saben producir, pero no saben vender; les falta algo que él llama cultura empresarial. Cuando fue líder de la asociación de artesanos de Tenancingo, les reiteró: “tienen que cambiar su manera de ser en beneficio de esta artesanía”. Parte de la visión empresarial a la que apela, tiene que ver con la innovación de la industria textil y a la cual están cerrados los artesanos.

Otro de los problemas que enfrenta el rebozo en Tenancingo es que las autoridades municipales no están interesadas en rescatar la tradición y se limitan a montar una feria anual del rebozo. Pero se les pide un centro de capacitación para que los jóvenes se interesen en la creación de esta artesanía y, como canción, dicen que sí, pero no dicen cuándo.

Tenancingo se consolidó como uno de los centros reboceros del país más importantes y, se dice, de los más caros, porque las fibras con las que se elaboran son de los mejores algodones, las puntas son únicas y más finas y el diseño es diferente al de Moroleon, Santa María o La piedad.

Sin embargo, la extinción de este rebozo es un proceso lento y silencioso, como las calles con moños negros de Tenancingo.

Autores

Fernanda Guzmán y Éricka Chávez

Estudiantes de Periodismo de la Carlos Septién.

Escritoras en II pil sobre las aristas en la moda artesanal y el papel de los artesanos en la moda mexicana

Fernanda Guzmán

Featured Posts
Vuelve pronto
Una vez que se publiquen entradas, las verás aquí.
Recent Posts
Search By Tags
Follow Us
  • Facebook Long Shadow
  • Twitter Long Shadow
  • SoundCloud Long Shadow

Derechos reservados a todo Cuerpo Anónimo

bottom of page